Una
remembranza personal alrededor de Luis
F. Rodríguez*
Es
bien sabido que no se otorgan premios Nobel en muchas ciencias, entre
ellas las Matemáticas y la Astronomía. Sin embargo, en las ultimas décadas
la Fundación Nobel ha reconocido en varias ocasiones el trabajo realizado
por astrónomos con el Premio Nobel de Física. Como
se informó en la prensa, este año se le otorgó en 50 por ciento a
Riccardo Giacconi (EUA) y en el otro 50 por ciento, compartido, a Raymond
Davis Jr. (EUA) y Masatoshi Koshiba (Japón). El
premio reconoce sus contribuciones precursoras a la astrofísica, en el
caso de Giacconi el descubrimiento de fuentes cósmicas de rayos X y en el
de Davis y Koshiba la detección de neutrinos provenientes de fuentes cósmicas. En realidad, el premio reconoce la labor de cientos, si no es que miles de personas que creyeron en estos tres líderes y que trabajaron por décadas con ellos en la construcción de enormes y costosos instrumentos que permitieron esos descubrimientos. Obviamente, estas tres personas no tienen nada que ver con el estereotipo del científico solitario trabajando en aislamiento, sino que son extraordinarios organizadores, individuos carismáticos que lograron motivar a otras personas capaces a confiar en ellos y a seguirlos durante buena parte de la vida. Como
la esencia científica de estas aportaciones ya ha sido presentada al público,
entre otros por este medio, quisiera contarles de una remembranza que me
produjo el saber la noticia, algo que quizá sea demasiado personal. Pero
rara vez se cruza la trayectoria de uno con la de los Premios Nobel, así
que abusaré de la paciencia del lector para relatarle esta reminiscencia. En
1974, después de sacar la licenciatura en Física en la UNAM, inicié el
doctorado en Astronomía en la Universidad de Harvard, en el noreste
estadunidense. Cuando llegue ahí supe que ya tenia asignado un asesor, un
tal Riccardo Giacconi, que trabajaba en la detección de rayos X
provenientes de los cuerpos celestes. Me imagino que los del comité que
hacía estas asignaciones habían decidido que yo, siendo mexicano, me
entendería mejor con Giacconi (que es italiano de nacimiento). “Latinos
los dos”, han de haber dicho. Giacconi
ya era inmensamente famoso por esa época. Había sido el científico líder
del exitosísimo satélite “Uhuru” que por esos años había
completado un mapa de todo el cielo con más de 300 fuentes de rayos X. Yo
diría que ya estaba hecho lo que le daría el Premio Nobel casi 30 años
después. De las clases de fuente que el satélite “Uhuru” catalogó y
estudió posiblemente la más importante está constituida por los
llamados sistemas binarios de rayos X. Estos son parejas de estrellas, en
eterno abrazo gravitacional, de las cuales una de las dos ya “murió”
y se transformó en un hoyo negro o en una estrella de neutrones. Los
rayos X se producen cuando gas de la estrella normal es tragado por la
compañera “muerta”. Como
era de esperarse, Giacconi era un tipo fuera de lo ordinario. Le encantaba
atormentarme cada vez que lo iba a ver con la pregunta: ¿de qué manera
has cambiado la Física desde la última vez que nos vimos? Mas que
cambiar la Física, yo estaba ocupado haciendo las larguísimas tareas que
nos dejaban en los cursos del posgrado, así que tenía que contestarle
con una risita nerviosa. Como buen yucateco, yo lo “cultivaba” comentándole
que lo veía más delgado que nunca y también halagaba su vanidad diciéndole
que se parecía a Víctor Mature (un actor hollywoodense de películas bíblicas
que aunque tenía cara de italiano, creo que no lo era). Giacconi
era muy enérgico y exigente con sus colaboradores. Sin embargo, una fría
tarde de esas que caracterizan a la Nueva Inglaterra lo fui a ver para que
me firmara algo y me sorprendió encontrarlo con un frágil viejito, al
que trataba con una cortesía y cariño que nunca le había visto. Me lo
presentó diciendo simplemente: “Él es Bruno Rossi”. En mi
ignorancia, logré recordar que Rossi había hecho muchos trabajos
importantes en el campo de los rayos cósmicos. Lo que no sabía era que
también había sido inspirador de Giacconi y otros en la empresa de
estudiar el cielo en rayos X. En su comunicado de prensa, la Fundación
Nobel reconoce a Giacconi, a Rossi, y a Herbert Friedman como los
precursores de la astronomía de rayos X. Fallecidos Rossi y Friedman,
solo quedaba Giacconi a quien reconocer. Quizá
el lector se pregunte a estas alturas porque no me dedique a la astronomía
de rayos X, dada la importancia que el campo ganaba por esas fechas. No sé,
igual y es una de esas faltas de atrevimiento y coraje de las que uno
después se lamenta. Pero creo que la razón fundamental era que quería
regresar a México, y en esas épocas hubiera sido imposible hacer
astronomía de rayos X mas que en uno de los grandes centros del Primer
Mundo. Tomé un camino intermedio: me dedique a la radioastronomía que
era un área relativamente nueva y que nadie hacía en México, pero que
estaba lo suficientemente consolidada para poder trabajar en ella aun
desde la profundidad del Tercer Mundo. En
1978, cuando corría por los pasillos de Harvard haciendo los trámites
para terminar mi tesis doctoral pase por el salón en el que unos 50 científicos
del equipo de Giacconi observaban por circuito cerrado de televisión el
lanzamiento del cohete que pondría en órbita al nuevo observatorio de
rayos X (bautizado “Einstein” en honor del descubridor de la
relatividad). La verdad es que debí haberme detenido y disfrutado del
momento con aquel grupo de gente jubilosa, pero no lo hice. Otro error del
que me lamento. El éxito de este satélite cimentaría aún más la fama
de Giacconi. Respecto
a los otros dos ganadores del Premio Nobel de Física del 2002, pues el
mundo es chico, porque Masatoshi Koshiba y su equipo (25 por ciento del
Premio Nobel) recibió en 1989, de parte de la Sociedad Americana de
Astronomía precisamente el Premio Bruno Rossi, que reconocía la memoria
de aquel otro precursor de las nuevas astronomías que conocí brevemente
en la oficina de Giacconi. Pero
no todo se perdió de mi temprano contacto con la astronomía de altas
energías. Décadas después mi colega Félix Mirabel me convenció de
colaborar con él en un proyecto de observaciones de radio de binarias de
rayos X (los objetos que Giacconi había descubierto y estudiado). El
proyecto ha sido exitoso; entre otras cosas, descubrimos que estas fuentes
expulsan al exterior nubes de gas que se mueven a velocidades cercanas a
las de la luz, algo que consolido la idea de que en muchas de ellas la
estrella “muerta” es un hoyo negro. En
reconocimiento a este trabajo, recibimos en 1996 el Premio Bruno Rossi, el
mismo que Koshiba y sus colaboradores habían recibido unos años atrás. Así,
cuando me enteré de quienes eran ganadores del Premio Nobel de Física de
este año, no pude menos que recordar aquella fría tarde, de esas que
caracterizan a Nueva Inglaterra, en la que Rossi, Giaconni y un joven
estudiante mexicano compartieron, brevemente, el mismo espacio. *
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