Ionizar significa desprender o añadir electrones a átomos o moléculas, y en el Universo este proceso generalmente se da con radiación de diversas energías, o en otras palabras, con luz de distintas longitudes de onda [1]. Muy en el principio del Universo, entre 150 millones y 1000 millones de años después del Big Bang, hubo una época donde mucho del material -hidrógeno en su mayoría- fue ionizado por luz muy energética. Sin embargo, hasta ahora se sabe muy poco de cómo
pudo darse esta ionización. Los candidatos naturales para ionizar son las estrellas, sin embargo, uno de los problemas radica en que las galaxias -hogar de las estrellas- normalmente están rodeadas por halos o cascarones de hidrógeno que absorben mucha de la radiación proveniente de estas.

Recientemente, el pasado 22 de agosto, fue detectada una supernova tipo Ia en una galaxia "cercana" a nuestra Vía Láctea, a solo 21 millones de años luz, llamada M101, en la constelación de la Osa Mayor, en los alrededores del eje polar. Las supernovas tipo Ia son el resultado del resurgimiento de una estrella muerta, una enana blanca, y en este caso el fenómeno puede ser visible con pequeños instrumentos como binoculares o telescopios de 10 cm. Aún cuando se han encontrado muchas supernovas de este tipo en galaxias mucho más lejanas, la cercanía de esta última permitirá hacer mejores observaciones y mejores estudios de estas explosiones cósmicas.

A pesar de estar tan cerca y haber sido visitada e investigada en más de 70 ocasiones por misiones espaciales, nuestra Luna[1] oculta aún muchos misterios. Por ejemplo, no es bien entendido porqué las caras visible y oculta de la Luna son tan diferentes en composición, grosor de su corteza y morfología. Recientemente, investigadores de la Universidad de California en E.U. y la Universidad de Bern en Suiza, han propuesto que estas diferencias pueden ser explicadas por un choque lento entre dos lunas hace unos 4 mil 500 millones de años. De hecho, ambas lunas pudieron ser el resultado de un choque anterior entre la Tierra y un "protoplaneta" del tamaño de Marte, produciendo material suficiente como para formar no una, sino dos lunas, que después colisionarían. Por lo pronto, los modelos computacionales de los investigadores tendrán que ser puestos a prueba por futuras misiones[2] que nos dirán si efectivamente en el pasado la Tierra tuvo dos hermosas lunas en el cielo.

La radioastronomía estudia al Universo pero sin usar la luz, como lo hace la astronomía clásica, sino las ondas de radio que de manera natural emiten distintos cuerpos celestes. A partir de la observación de estas ondas de radio es posible hacer imágenes de los cuerpos que la emiten, y determinar sus parámetros físicos tales como su composición química, su temperatura y su densidad, entre otros...