
Es bien sabido que la masa del universo está constituida en un 85% de materia oscura, y apenas un 15% de materia tal como la que conocemos. Sin embargo, esta materia oscura difícilmente posee estructura a pequeña escala, y más bien domina la dinámica de las galaxias a escalas mayores a miles de años-luz. Por su parte, las regiones de formación estelar en nuestra galaxia tienen escalas de entre unos cuántos, las más chicas, hasta centenas de años-luz, las más grandes.

La nebulosa de Orión es la zona de formación de estrellas grandes más cercana a nosotros. Ahí nacen y crecen objetos celestes hasta 100 veces mayores que el Sol; por ello, es un sitio de interés para Luis Felipe Rodríguez Jorge, investigador emérito y fundador del Centro de Radioastronomía y Astrofísica (CRyA) de la UNAM, con sede en Morelia, Michoacán.

Hace ya más de 170 años, en 1840, la estrella η Carinae se convirtió repentinamente en la tercera estrella más brillante del cielo, solo por debajo del Sol y de Sirio. Este evento, al parecer, estuvo asociado con un episodio de expulsión de unas 10 veces la masa del sol en tan solo 20 años, dando origen a lo que conocemos como la nebulosa de η Carinae. Años después de la erupción, η Carinae fue disminuyendo su brillo visual.

Tradicionalmente se ha pensado que las estrellas se forman por el colapso gravitacional de pequeñas regiones densas dentro de nubes moleculares gigantescas, con tamaños del orden de entre 10 a 50 años-luz. Sin embargo, desde la década de los 70s se ha pensado que estas nubes como un todo deben estar soportadas contra el colapso por algún mecanismo, como pudiera ser la turbulencia o los campos magnéticos. De no ser así, se ha argumentado, ya todo el gas de nuestra galaxia se hubiera acabado, y no se formarían estrellas hoy día.

La Dra. Yolanda Gómez trabajó durante más de 20 años en la Universidad Nacional Autónoma de México. Quienes la conocimos en persona extrañaremos su sonrisa y su alegría que la acompañaban a todos lados.